domingo, 10 de octubre de 2010

No sabes cuánto te quiero

Falta menos de un segundo para que termine el partido que cierra la eliminatoria. La primera piedra del camino a la gran Final. Hay tiempo muerto y el pabellón se debate en una mezcla de cosquilleo y tensión. Cosquilleo, porque están a punto de vengar la afrenta sufrida hace un año. Tensión, porque en 0.8 segundos todo puede venirse abajo. Otra vez.

El entrenador pide tiempo muerto y comparte confidencias con los dos pilares del equipo. Uno es ÉL, jugador fino, liviano, sensual sobre el parqué. El otro es poco menos que su antítesis, un hombre demasiado… fiero. Competitividad mal encarada. Conversan entre los tres mientras el técnico rival, acostumbrado al éxito en las alturas, tuerce el gesto y mira al marcador.

La renta es corta. Sólo un punto. Pero hay tiempo suficiente para un tiro. El partido ha ido muy igualado y se puede ver a algún que otro dinosausario apoyado sobre sus rodillas, sin resuello, concentrado en busca de un último soplo de aire.

El base rival da las últimas instrucciones a sus subalternos. En sus gestos se nota la culpa. Sabe que el balón que acaba de perder podía haber terminado con todo. Pero el partido continúa, el tiempo muerto termina y el árbitro en la banda llama al orden.

Sacan los visitantes, por si no se había notado por los rugidos de unas 20.000 personas en pie, exaltadas ante lo inesperado. Ellos son la primera barrera a superar. No ha sonado el silbato y ya empieza el movimiento frenético en la pintura. Desfile de empujones. Está a punto de sacar y queda menos un segundo para que este infierno acabe.

La jugada es para ÉL, que aprovecha los bloqueos de sus compañeros para salir a la zona de tres y recibir. Apenas ha tocado el cuero y ya bota para castigar a su par. Ha llegado tarde y sus esfuerzos torpes no son suficientes para pararle. La ayuda del base tampoco sirve. Queda muy poco como para jugarse el futuro con una falta estúpida.

Balón agarrado y zancada con la izquierda. Recoge la derecha y encara. Toma impulso y salta. Poco a poco extiende el brazo derecho. Primero estira el codo y el movimiento llega a la muñeca. El mejor momento. La palma sólo acompaña, no decide y el balón poco a poco se separa de los dedos.

Tacto de pianista. Acaricia el balón con las yemas y se despide. Es duro separarse, y por eso sigue su trayectoria. Planta los pies y vuelve a saltar. Por si hay rebote. Pero el balón va a entrar.

Y tan pronto como lo hace le lanza un beso.

Te quiero.

Así es el baloncesto.

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